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La radio es la vida....

A veces, en la vida de los hombre se dan felices circunstancias. Una de ellas tuvo lugar durante la juventud del siglo XX, y así, nuestros padres y abuelos, se toparon casi de la noche a la mañana con un formidable descubrimiento-invento que les obsequió con una gran magia accesible a casi todos: La Radio... y esa feliz circunstancia es la que nos cobija hasta el presente bajo un mismo nombre.

Un extraordinario y poderoso genio se rendía a los pies de los hombres comunes. No hacía falta ser un faraón, un rey, un general o un científico para gobernar sus poderes. En el cuento de las mil y una noches era una lámpara la que albergó al genio de Aladino y fue el genio de Lee de Forest quien con otra clase de "lámpara" habría de domesticar definitivamente los maravillosos poderes que ya Maxwell y Hertz habían logrado intuir y Lodge, Popov y Marconi convertir en un hecho.

Con solo poseer las dotes de una mente inquisitiva y curiosa unida a unas manos artesanas bastaba para hacer funcionar el hechizo y, entonces, sin más aquellos hombres, provistos de un simple interruptor, pulverizaban para siempre la separación que la distancia impone a nuestros amores.

¡Maravillosa fuerza que reunía todo un mundo en la membrana de un parlante o un teléfono!. Fue tan grande el entusiasmo, que hombres de la talla y conocimiento de Edison, Lodge o Baird confiaban en que, inclusive, lograrían saltar el muro que nos separa del "Más Allá". No es extraño entonces que con tantas motivaciones miles de entusiastas se enamoraran de esta nueva y dócil ciencia que no solamente les proporcionaba aventuras que podían correrse en el taller casero sino que, de paso, convertía a sus cultores en los brujos de la tribu familiar y barrial; consumados entendidos en los pases que hacían posible semejante milagro ¡cómo no sentir su emoción...!

Pero... a medida que fue pasando el tiempo, la novedad dejó de serlo y la magia se fue desvaneciendo a la vista de los comunes mortales; no es que fuera menos mágica o hubiera perdido alguna fuerza, por cierto, sino más bien porque los hombres nos vamos poniendo ciegos a ella cuando se hace cotidiana, sobre todo cuando a partir de los sesenta o setenta cualquiera podía comprar el truco, listo para usar, en cualquier boliche del ramo. Treinta años después, aquella "rebelión de las masas" que declararan los equipos comerciales pareciera haber triunfado definitivamente, y no es extraño, porque lo mismo pasó con casi todas las demás cosas.

Hoy, una nueva especie de "éter sintético" cautiva a la Aldea Global; atrae el entusiasmo de los jóvenes y la curiosidad de "los que lo fueron antes" pero al mismo tiempo nos recuerda que nuestro universo solo concede permiso de identidad, a la materia inanimada, pues la vida solamente perdura a condición de perderla; con la dulzura y suavidad del Tic Tac del reloj, pero también con la inexorable campanada que anuncia la hora de cambiar hojas y dar nuevas flores.

Cuando algo deja de existir, nos empeñamos en emplear la palabra equivocada: Muerte; y hay quienes ven una suerte de "muerte de la radioafición" en todo este asunto, pero ni usted ni yo decimos que el bebé o niñín que fuimos algún día "murió...", ni tampoco que muere la oruga cuando se convierte en mariposa, porque así funciona la naturaleza y porque también se nos concedieron los recuerdos para poder reconocernos mientras seguimos adelante y así poder sentir alegría al descubrir los nuevos mundos que siempre aguardan en el porvenir. El buen pasado es, en todo caso, como el tibio regazo de nuestra madre: podemos de tanto en tanto recurrir a él para cargar las baterías del corazón, pero no para vivir allí.

Radioafición es el nombre que damos a una actividad humana, no es una cosa que esté viva en si y ya por eso no puede morir. Somos nosotros, los hombres de carne y hueso quienes vivimos, crecemos y hacemos esas cosas. Somos nosotros quienes continuaremos con nuevos entusiasmos, nuevas quimeras y nuevos sueños a los que les daremos ese nombre o cualquier otro que se nos ocurra, aunque quizás usted desearía, igual que yo, que el nombre de nuestros queridos y viejos sueños permanezca en el recuerdo de los que continúan caminando, hasta que ya no les haga falta, porque somos incansables viajeros de la vida y tan solo ocasionalmente constructores de barcos. 

Y por ahí, ¿quién le dice?, en una de esas, Dios no puso ojos en nuestras espaldas, para facilitarnos las cosas... 

73's de Miguel Ghezzi LU6ETJ